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PEONIAS PARA CLAUDIA

Abrió los ojos a las siete de la mañana, como todos los días. Extendió su mano para sentir la de su esposa, pero ella ya no estaba en su cama. Pensó en lo extraño que era cuando él despertaba primero. Se levantó y caminó al closet; observó toda su ropa como un turista tratando de entender el mapa del lugar que está visitando por primera vez. Generalmente, cuando él baja a la cocina, Claudia ya está ahí tomando su segunda taza de café mientras lee el periódico. Es de esas pocas personas que todavía lo compran.  
—¿Qué hay de nuevo? —preguntó Gabriel. Claudia no contestó. Gabriel se aproximó a la cafetera, todavía limpia del día anterior —¿No vas a querer café? —volvió a preguntar.  
Tampoco hubo respuesta, pero él le preparó un café. Lo dejó en la mesa y tomó el suyo. Agarró su libro de sudoku y comenzó a resolverlos. Ahogado en sus cálculos, oyó lo que parecía el timbre.  
—¿Esperas a alguien? —le preguntó a Claudia. No hubo respuesta.  
Caminó hacia la puerta y abrió. Un hombre de unos dos metros estaba afuera con una sonrisa en la cara.  
—¿Qué? —se limitó a decir Gabriel.  
— Buenos Días, Señor Pineda —dijo el sujeto con desagradable entusiasmo—. ¿Cómo se encuentra usted hoy? Gabriel no contestó. Al ver que el hombre no usaba su boca para otra cosa que sonreír, repitió:  
—¿Qué?  
—Bueno, es que le estaba enseñando a mi hija a estacionarse en doble fila…  
Gabriel volteó los ojos.  
—…y sin querer le dio un pequeño golpe a su carro…  
Con la velocidad máxima que le permitía el bastón Gabriel se dirigió a la calle en donde estaba estacionado el carro. Cuando estuvo frente al golpe exclamó:  
—¿¡PEQUEÑO!? Tal vez para usted, que es un gigante...  
El hombre de dos metros soltó una risita.  
—No se preocupe, nosotros nos encargaremos de todo…   
—Una disculpa, señor Pineda, pero Anahí apenas está aprendiendo… no vio bien la cámara... —empezó a justificar el gigante.  
—¿Cuál cámara? —dijo Gabriel viéndolo a los ojos por primera vez.  
— La camioneta tiene cámara de reversa.  
A Gabriel se le abrieron los ojos como platos. Al ver lo que parecía sorpresa en los ojos de Gabriel, el señor gigante se decidió a contarle más sobre su vehículo.  
— Sí, también se ajustan los espejos para mejor visibilidad, y tiene alarma para avisar cuando se aproxima a un objeto —explicó.  
Al darse cuenta de que no respondía se apresuró a decir:  
—Pero le repito: no se preocupe nosotros nos encargaremos de los gastos que no cubra el seguro.. ¿Qué opina? —dijo  mostrando todos sus enormes dientes en una irritante sonrisa.  
Gabriel se dirigió a su casa y sin voltear exclamó:  
—Opino que, si alguien necesita todo eso para manejar, debería considerar no hacerlo. 
Ya dentro de la casa, le contó a Claudia el terrible suceso. Se asomó por la ventana y vio al gigante regañando a su hija, mientras ella lloraba. Sin soltar la vista de la escena, escuchó que su esposa le decía: 
—Ya, deja de estresarte por tonterías, el seguro lo va a cubrir todo. ¿Qué culpa tiene la pobre niña? Tú también fuiste joven y chocaste… varias veces.  
Gabriel sonrió. 
—Cuenta hasta diez —dijo Claudia.  
—1.2.3.4.5.6.7.8.9.10…  
Se sentía mucho mejor.  
—Gracias, Clau . 
Gabriel decidió comprarle flores. Desde hace ocho meses compra flores casi a diario. Quizás a Claudia no le importa, pero al menos él se siente mejor. Se fue manejando en su auto chocado al centro comercial donde estaba la florería de la señora Núñez, ella ya lo conoce y sabe a lo qué va. No le preguntaba nada, era la única persona que entendía que no había necesidad de charlar. Ni siquiera tenía que pedirle el tipo de flores que quería, ella lo veía entrar y empezaba a preparar un bouquet de peonías.  
—Esa Claudia es una suertuda, siempre le estás comprando flores, dígale que la extraño mucho, ya la iré a visitar un día de estos.  
Gabriel le pagó en efectivo y le dijo que se quedara con el cambio. Regresó a su casa, subió a su habitación “Se las doy mañana, ya es tarde”, pensó. Dejó las flores del lado de Claudia y se preparó para dormir. Cuando estuvo listo, Gabriel la vio acostada y se recostó a su lado.  
—Buenas Noches, Clau —susurró.
Se volteó para tocarla. Hace ocho meses que no puede. Pero todas las noches... lo intenta.

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